mayo 14, 2011

Hace muy pocos años estábamos todavía en la infancia del teatro. Había un telón representando el fondo de una casa pobre, con estampas clavadas en la pared, y ése servía para todas las escenas de honradez; había un salón feudal con sus grandes columnas de orden dórico, y en ese recinto austero se verificaban los casamientos de ópera, la coronación de Carlos V...
El bosque era inmutable y las hojas de sus árboles en vez de marchitarse se desteñían. El director de escena no conocía más que tres épocas: la romana, la caballeresca y la moderna. Esas tres épocas se representaban de este modo: todo actor envuelto en una sábana, más o menos blanca, con cenefa encarnada, era un romano, un persa o un egipcio; la trusa y el chambergo eran los distintivos del feudalismo y del Renacimiento; una barba con trusa podía ser Carlo Magno o Luis XIV. ... Para la edad moderna no había más que un solo traje: el que el actor usaba los domingos.

Manuel Gutiérrez Nájera
Crónicas y artículos sobre teatro, II (1881-1882)

No hay comentarios.: